Trump: Cuando el poder teme al pensamiento

Por Bartolome Reus

Una democracia no se erosiona de un día para otro. Comienza con gestos aparentemente aislados, con medidas que castigan al disenso, y con el silencioso debilitamiento de las instituciones que sostienen la vida democrática. Lo que está ocurriendo en Estados Unidos entre la administración de Donald Trump y la Universidad de Harvard es un ejemplo alarmante de este fenómeno: un intento sistemático por subordinar la libertad académica al poder político.

Desde su retorno al poder, Trump ha desatado una ofensiva contra universidades que considera ideológicamente adversas. Harvard ha sido su blanco principal. La más reciente —y más grave— acción ha sido la prohibición de matricular a estudiantes extranjeros, que afecta directamente a cerca del 27% de su matrícula total, es decir, a más de 6.800 alumnos provenientes de todo el mundo

. Esta medida no solo vulnera el derecho a la educación, sino que restringe la diversidad y el intercambio internacional, elementos esenciales para la vitalidad intelectual y democrática de una universidad.

La revocación de visados F y J, junto con la amenaza de negar fondos, cancelar investigaciones y condicionar beneficios fiscales, no son medidas técnicas: son castigos ideológicos. Castigos a una institución que se ha atrevido a defender la inclusión, el pensamiento crítico y la autonomía frente al poder.

Como ciudadanos de una democracia al sur del continente, no podemos mirar este conflicto con indiferencia. Lo que se está erosionando es la libertad de todos: la libertad de enseñar, de aprender, de disentir. Cuando el gobierno de una de las mayores potencias del mundo convierte el acceso a la universidad en un instrumento de coerción, toda la arquitectura de la libertad académica global se resiente.

En Chile, donde también hemos vivido intentos de intervención política sobre las universidades, sabemos lo importante que es preservar la autonomía institucional. La historia nos enseña que cuando el pensamiento crítico es perseguido, lo que sigue es la obediencia forzada. Por eso, defender a Harvard hoy es también defender la posibilidad de disentir, de debatir, y de imaginar mundos mejores.

Porque cuando el poder teme al pensamiento, lo que está en riesgo no es una universidad: es la libertad de todos.

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