BRICS: El Espejismo Peligroso para Nuestra Democracia
Por Bartolome Reus
En el actual debate sobre la política exterior chilena, ha surgido con fuerza la idea de que nuestro país debería sumarse al bloque de los BRICS, al menos como socio. Se nos presenta como un acto de pragmatismo audaz, una necesaria diversificación en un mundo convulso y una forma de consolidar lazos con gigantes económicos como China e India. Quienes abogan por esta vía, como el académico José Miguel Ahumada, nos invitan a dejar de lado los “prejuicios” y a actuar con agilidad para no quedar rezagados en el nuevo orden mundial.
La propuesta es tentadora, sin duda. En un escenario de creciente incertidumbre, la idea de la “multi-pertenencia” suena a una póliza de seguro. Sin embargo, este pragmatismo aparente esconde una profunda contradicción que, como nación, no podemos permitirnos ignorar. Ingresar a los BRICS no es simplemente firmar un acuerdo comercial más; es dar un paso hacia un eje político cuyo núcleo duro está compuesto por regímenes que desprecian activamente los valores que sustentan nuestra propia convivencia democrática. En tiempos de fragilidad y desconfianza en nuestras instituciones, esta jugada no solo es riesgosa en el plano internacional, sino que también contribuye a desprestigiar y debilitar la democracia en la escena nacional.
El bloque BRICS está visiblemente liderado por China y Rusia, dos potencias cuyo proyecto internacional es explícitamente revisionista y busca construir un orden alternativo al liberal. No se trata de un club de economías emergentes con distintas sensibilidades; es, cada vez más, una alianza política de naciones iliberales, a diferencia de los tratados de libre comercio que hemos firmado.
Basta observar su expansión para entender su naturaleza. Los nuevos miembros plenos —Irán, Etiopía, Egipto y Emiratos Árabes Unidos— conforman un grupo donde el respeto a los derechos humanos, la libertad de prensa y la alternancia en el poder son, en el mejor de los casos, una ficción. Lo mismo ocurre con los países que impulsan esta iniciativa, como China y Rusia.
Como revela el Índice de Democracia de The Economist, más de la mitad de los países que ya integran o han sido invitados a los BRICS son calificados como “regímenes autoritarios”. Desde una perspectiva socioliberal, que entiende que el desarrollo económico no puede disociarse de la dignidad humana y las libertades fundamentales, ¿es esta la compañía con la que aspiramos a construir el futuro? ¿Cómo podemos, con seriedad, defender la igualdad de género en casa mientras buscamos un asiento preferencial junto al régimen de Irán? ¿Cómo podemos abogar por la libertad de expresión mientras legitimamos modelos de control social y violaciones sistemáticas de derechos humanos fundamentales por parte de China?
Aquí yace el peligro más profundo y cercano: el efecto interno. La política exterior no es un compartimento estanco; es un espejo de lo que somos y de lo que aspiramos a ser. En un Chile donde la confianza en las instituciones democráticas está por los suelos y la polarización amenaza con fracturar nuestra cohesión social, la señal de que nuestros líderes consideran aceptable asociarse estrechamente con autocracias es devastadora.
Al hacerlo, se transmite un mensaje cínico a la ciudadanía: que los principios democráticos son maleables, negociables y, en última instancia, secundarios frente a supuestas ventajas económicas. Se le da la razón a quienes, desde los extremos, argumentan que la democracia es una simple fachada, una herramienta ineficaz que puede ser descartada cuando conviene. Normalizar la relación con regímenes que encarcelan opositores, silencian a la prensa y persiguen a minorías erosiona la autoridad moral del propio Estado chileno para exigir el respeto a las reglas del juego democrático dentro de nuestras fronteras. Es una contradicción performativa que alimenta el descrédito.
El verdadero pragmatismo para un país como Chile no reside en unirse a cualquier bloque que ofrezca poder, sino en vincularse con aquellos que permitan fortalecer nuestro proyecto país. Nuestra fortaleza en el mundo no ha sido nuestra capacidad militar ni nuestro peso económico, sino la seriedad de nuestras instituciones y nuestro compromiso, aunque a veces imperfecto, con un modelo de sociedad abierta y democrática.
En lugar de dejarnos seducir por el espejismo de los BRICS, nuestro camino debe ser el de profundizar alianzas con las democracias del mundo, tanto en el Norte como en el Sur Global, como lo potencia el Consenso de Brasilia. Debemos ser protagonistas en la reforma y fortalecimiento de las instituciones multilaterales existentes para hacerlas más justas y representativas, en vez de legitimar un proyecto alternativo fundado sobre cimientos autoritarios.
Nuestra política exterior debe ser un reflejo, no una contradicción, de los valores que aspiramos a consolidar en casa. Proteger nuestra democracia exige, antes que nada, tomárnosla en serio. Y eso significa no sentarse a la mesa con quienes han hecho de su destrucción un proyecto político.

Artículos Anteriores
Articulos
Ley Mordaza
Por Bartolome ReusCuando se intenta silenciar a la prensa, se debilita la democracia. El llamado “proyecto de Ley Mordaza 2.0”, que busca penalizar con presidio menor en su grado medio a máximo la difusión de información sobre causas judiciales reservadas, es una...
Idealistas y pragmaticos
Por Bartolome ReusLa política exterior chilena debe equilibrar un necesario pragmatismo, especialmente frente a superpotencias, con la irrenunciable defensa de nuestros valores. Que Chile actúe con cautela ante gigantes como China o EE.UU. es comprensible, pero ello...
No Olvidar que China
Por Bartolome ReusSr. Director La actual crisis democrática en Estados Unidos no debe hacernos perder de vista el carácter totalitario del régimen chino. Si bien esta alianza comercial es relevante en el contexto internacional, es fundamental que nuestras relaciones...